Germán Castro Caycedo.
Por: Fabio Becerra Ruiz
A propósito de la muerte de ese gran escritor y amigo Germán Castro Caycedo, hacia 1961 cuando yo comenzaba mi labor en la radio como locutor en emisora Nuevo Continente de Bogotá, el dueño de la emisora Efraín Pez Espitia contrató al entonces juvenil aficionado a los toros Germán Castro Caycedo, para que le transmitiera dos corridas de toros de las Ferias y fiestas de Ubate, y dispuso que yo le ayudara a Germán ambientando la transmisión, la era patrocinada por el empresario taurino Rafael "chiquito" Pérez, cosa que no se nos informó al novato narrador Castro Caycedo ni a mí, y era una novillada para promover radialmente en la región, la segunda corrida que sería ocho días después con toros de casta, y en la cual el empresario esperaba ganar buen dinero.
Mientras Castro Caycedo y yo transmitíamos desde la barrera de sol junto a los aficionados asistentes, el dueño de la emisora se ubicó en la presidencia de la corrida al otro extremo de la plaza, y yo con con apenas 18 años, recibí una botella de champaña de un aficionado, y numerosas cervezas continuamente que me ofrecían aficionados, con la consecuencia que en el segundo o tercer novillo, al calor de la champaña y las cervezas, me dio por dármelas de "comentarista taurino", y en defensa de mi parentela, (por aquello de mi apellido Becerra), comencé a despotricar de la novillada, argumentando que era una estafa, con malos novilleros, y que la que se celebraría en el domingo siguiente seguramente sería peor, y afirmando que veía al Sr. Páez Espitia, al otro extremo de la plaza, manoteando también molesto con la novillada, y aprobando seguramente mis "inteligentes" y sensatos comentarios taurinos.
Fue tal la ira del dueño de la emisora, que se bajó del palco presidencial y llegó furibundo a donde estábamos transmitiendo, y arrebatándome el micrófono, él mismo se encargó de continuar ambientando la transmisión, ante lo cual opté por irme a continuar libando y pasando de juerga el resto de esa tarde dominical con los aficionados asistentes, con lo cual sobrelleve mi despido fulminante ordenado verbalmente por el entonces también novel empresario radial, quien afortunadamente para mí, volvió a llamarme a que continuara prestándole mis servicios, pocos días después, cuando ya le había pasado el enojo.
Las varias veces que me encontré posteriormente a Germán Castro Caycedo, siempre nos reíamos recordando esa anécdota de mi frustrada actividad como comentarista taurino, y de su incipiente carrera como narrador taurino, que creo fue entonces la única ocasión en que la ejerció, para mejor convertirse después en el aplaudido periodista y escritor que el país conoce, y de quién admiro especialmente su libro sobre la toma del palacio de Justicia.
(Esta columna es de estricta responsabilidad del autor y no representa la opinión de este portal)
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