Fernando Calderón España.
Hoy me di cuenta que, en verdad, cumplí un año menos. Desde que llegué a los sesenta me propuse no volver a celebrar ningún cumpleaños más, al menos en los rituales culturales de todas las clases que ocurren en todas las clases. La mesa con una torta bañada con azúcar convertida en nubes blancas, la rimbombante frase en inglés “Happy Birthday”, que casi todo el mundo pronuncia como “japiverdi” tapando la serigrafía colgada en esa pared, o cubriendo el almanaque Pielroja, las bombas llenas de esfuerzos pulmonares que comienzan a disminuir su volumen como presagiando que la vida se desinfla un poco más, los platos y copas de cartón que hacen suspirar al medio ambiente y, si hay recursos, la presencia mexicana o puertorriqueña con sus atuendos, guitarrones y trompetas o sus boleros llorosos, los únicos que alegran el sentimiento humano con versos tristes, no son parte a esta altura de la escalera, cuando piso el peldaño sesenta y seis y empiezo a caminarlo, pues su longitud permite que uno se lo recorra en 365 días, si no hay averías permanentes que destruyan el artefacto con el que se sube el camino de la vida.
Al mirarme en el espejo, en la mitad de la primera mañana, pues no me levanto antes, y después de un baño con agua que viaja desde lo caliente al frío, me percaté que efectivamente los años y la medicina para despistar la diabetes me atropellaron en los últimos seis meses, de tal manera que me pusieron enjuto, con la piel más suelta hasta el punto de escurrirse con cierta benevolencia para no afectar del todo un pasado que parecía, cuando fue pasado, no permitir futuro. Ahora que estoy en el futuro, la llegada a esta etapa no me pareció tan fascinante como a Marty McFly, en la película de Zemeckis, y que encarna Michael J. Fox, achacado hoy por el verdadero futuro y todos sus males. Si, porque el futuro no es más que la llegada de todos los males para quienes comenzamos a vivirlo.
Como protesta ante los garrotazos de este ciclón llamado futuro, que me disminuyó de estatura, me encorvó hasta tener que hacer el esfuerzo para mirar al horizonte cercano de manera paralela a los primeros metros adelante; me obligó a usar lentes más allá de la lectura y escritura, me hace calcular mal las distancias al caminar hasta producir el regaño conyugal, me fuerza a permanecer sentado en el borde de la cama por lo menos sesenta segundos, que a la final pierdo, para levantarme sin marearme, me puso a tomar más agua nocturnal ante la resequedad y, por tanto, a caminar en la penumbra hasta llegar al cuarto de fluidos; a repasar la cerradura de la puerta principal varías veces solo para comprobar que se cerró, a dejar en la memoria, por repetición, la visita visual a los fogones por aquello del gas o la llama; a perder cada rato las llaves del carro y la de repuesto de manera definitiva; a anotar en el celular los productos por comprar en el supermercado para no llegar a la puerta y encontrarme de repente con el olvido; y a muchas otras cosas más que hacen parte de este futuro incierto en el que nos metemos, cuando pasamos de los años que fueron el pasado es que tomé la decisión rebelde de no volver a celebrar un año más de vida, sencillamente, porque no me complace saber que es, real y sinceramente, un año menos.
Debo confesar, también, que no me rehusé a ser invitado a un almuerzo, por cuenta de mis cuñadas, eso sí, un día antes del cumpleaños en un restaurante que podría merecer muchas estrellas Michelin, el Fiorentina de Neiva en el Santa Lucía Plaza. Las buenas maneras obligan. Como tampoco a recibir los cientos de mensajes de amigos y conocidos que pusieron a María Mercedes a recitarlos, mientras yo conducía hacia Bogotá de un viaje al futuro de nuestra complicidad, que estará ligado a la tierra de promisión, siendo esta una de las ilusiones felices que me quedan y la más cercana, que espero para que el venidero que piso no me haga refunfuñar en demasía.
Aunque no los vuelva a celebrar, si los transformaré en un día en el que reviviré la fraternidad que he auspiciado a lo largo de la vida. Por eso mi gratitud sincera a quienes la permiten con su compañía corporal o virtual. Los dejo de celebrar, para que el futuro no atormente mi serenidad, a la que estoy llegando cargado de ese pasado que quiero volver ficción. Como vivo en el futuro le sacaré el jugo a esa imaginación e invención que viene con él y con lo que combatiré todo lo feo e incierto que trae. Será el arma con la que pelearé contra sus fantasmas.
Gracias a todos por leerme. Son la bondad infinita.
Recuerden que el futuro llegó.
(Esta columna es de estricta responsabilidad del autor y no representa la opinión de este portal)
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